jueves, 16 de febrero de 2023

Quizás no fuera el mar

 

Por: Paula Andrea Jordán Ramos

(Periodista híbrida de madre chilena y padre boliviano)


Cocina binacional a la hora de almuerzo. 23 de marzo de un año perdido en la década de 1980. Mi padre, más paceño que el chuño, dice que la ‘rota’ de mi madre chilena le ha robado algo, su mar y quiere que se lo devuelva. Ella le hace el gesto malcriado y le sale con el típico dialecto chileno ‘por weón’. Pienso con inocencia infantil que es su forma impotente de defenderse, porque en realidad la guerra perdida por Bolivia sucedió 69 años antes de que ella naciera. Y en realidad ella está tan perpleja como él por lo acaecido. Pero eso de que se la acuse a ella directamente… quizás si se lo pidiera… de muy buena forma… si la hiciera reír…

Y este camino, el de la comedia política, es el que transita con tacto cabal Teatro de los Andes, con su obra titulada “Mar”. No solo desata risas cuando ironiza sobre el patriotismo exacerbado y sus neurosis sucedáneas, sino sobre todo, conmueve cuando comunica el sentimiento boliviano de haber perdido el mar y para esto acude a la raíz misma, a la médula del dolor, equiparándolo al mandato de una madre amada y odiada que pide a los hijos llevarla a su descanso eterno entre las olas, a esta resolución final que solo es posible con el regreso a la masa acuosa primigenia, desconocida, insondable y añorada que es para ellos desde ese momento una presencia y una ausencia: la madre y la mar fusionadas.

La madre de mi padre se fue tempranamente, también, cuando él solo tenía dos años. Han pasado 77 más y él aún guarda memorias infantiles de la madre observándolo a veces sonriente, otras, doliente. Mi padre es el huérfano que reniega cada 23 de marzo, Día del mar, porque Bolivia sería el único país del mundo que conmemora una derrota. 

Y encima, los actos conmemorativos centrales, cada año paralizan los alrededores de su departamento ubicado en la plaza Abaroa, nombrada así en honor al héroe boliviano de la guerra del Pacífico, aquél que según la historia, no tan pacíficamente respondió en 1879 al ‘!Ríndase!’ de los soldados chilenos, con un valiente: ‘Rendirme yo? Que se rinda su abuela, ¡carajo!!!’, exclamación que en mis años colegiales solía desatar hilarantes carcajadas de dientes de leche faltantes (juraría que un enorme porcentaje de escolares no podía esperar a llegar a casa para constatar si, efectivamente, el héroe se atrevió a decirlo, y la imprenta, a publicarlo).

Recuerdo que en mi mesa de almuerzo este tema generaba repercusiones viscerales cada año que aprendió la lección de historia cada uno de los cuatro hijos de la pareja binacional. Yo, por ser la primera, abrí la puerta de la sorpresa. Pero después de cada hermano, el humor de madre chilena ya no era tan grato. Imagino que por los años de matrimonio que cobraban factura personal. Si la memoria no me falla, un día selló el asunto con una retirada del comedor diario y una encerrada en el baño, dentro del cual me la imaginé sollozando. Quizás no fuera el mar, pensé entonces.     

Hoy madre y padre viven separados ya hace muchos años. Cada uno es independiente del otro en todo sentido, aunque alguna vez se llaman para saber de los hijos. Padre sigue renegando cada 23 de marzo y madre, madre es buena y noble. Algunas vacaciones llevó sola a sus nietos mediterráneos a disfrutar del mar en Arica, haciéndolos pasear como solo ella, una chilena entre paisanos sabe hacerlo, reconfortándoles el alma ella madre primera con sus cuidados y con sus olas, la mar originaria.




No hay comentarios:

Publicar un comentario