jueves, 20 de noviembre de 2025

La crítica teatral: Trascender el espacio básico del espectatoris al consumatum est

Paula Jordán Ramos

 



El espectador (del latín persona que contempla una obra) es el elemento de una tríada, junto al elenco y escenario (social se podría ampliar), en torno a la representación teatral que genera un sinfín de interrogantes como: ¿Por qué acude la gente al teatro? ¿Qué característica tiene tal o cual obra? o ¿Por qué hay tan pocos teatros? Espectador-Artista-Institucionalidad

A esta forma de entender la geometría de un acto teatral sumaría yo otra pregunta más: ¿Qué función tiene la crítica en este triángulo? Desde que se abre el telón de una función el espectador decide sumergirse en ese universo representado en una narración circunscrita a un pequeño espacio. Ríe, sufre, se conmueve, reflexiona. ¿Y luego qué? Levanta las posaderas, aplaude quizás si la representación le ha gustado y se va. ¿Qué se lleva? 

Pues depende. Si la obra ha sido concienzuda, es indudable que hay un goce estético; un relato profundo que hurga en la vida personal o social podría producir otras miradas a las mismas. Si la obra ha sido superflua o malinterpretada o mal representada, pues no cabe duda de que el elenco se lleva experiencia (menudo consuelo). Si ha habido poco público, indagaríamos en el Estado, en sus políticas culturales, con todas sus instancias y gobiernos intermedios, como generador de capital cultural

El triángulo pues, funciona en el análisis. Pero, otra vez, ¿dónde se sitúa en esta estructura el crítico de teatro? Recuerdo haber conversado hace un par de años con un actor boliviano famoso que recordaba una crítica negativa en la prensa, a una de sus obras. Dijo que ésta lo destrozó y le afectó, deprimiéndolo mucho tiempo. Pero a la vez, aseveró que poco a poco lo hizo reflexionar y trabajar en los puntos flacos notados, para sus presentaciones posteriores, lo cual aún agradece. 

El crítico, entonces, funciona efectivamente como un agente social que regula la calidad de las representaciones. Pero no solamente eso, en relación al espectador, su función va un poco más allá: lo sitúa –en esta sociedad sobresaturada de datos y que avanza a contra reloj, pocos espectadores se tomarán la molestia de ahondar en la obra de turno- al mostrarle la relevancia –a varios niveles- de esa obra determinada. 

Y con respecto al Estado, un crítico puede muy bien incomodar autoridades indolentes que no llegan a sopesar el peso del teatro local en este mundo de construcciones sociales donde las tablas pasan a ser un producto cultural significante de identidades. 

Por eso, porque el crítico de teatro es el agente que permite trascender el ejercicio que va de un espectatoris de la sala a un mero consumatum est, es él-ella el agente social eje que da movimiento al triángulo teatral, haciendo posible la construcción de nuevas significaciones sociales, al relacionarlo con otras formas dentro de la compleja geometría social que ahora es global.            

Bárbaros, el teatro como acontecimiento

Paula Jordán Ramos


                                                                                               Foto: Jesy Zambrana Miranda


La propuesta Bárbaros es un trabajo colectivo que surgió a iniciativa de Luis Bredow –sí, el mismo que hace unos meses rechazó el Premio Eduardo Abaroa como mejor actor audiovisual que le otorgó el Estado, como un acto de protesta ante la ausencia de políticas culturales y la arbitrariedad de los apoyos económicos; el mismo que en estos días está rodando una nueva película y el mismo que a los 70 años de edad es capaz de generar propuestas como ésta, que aunque denota que sigue en construcción, sorprende a partir de su factura naturalista, con guiños al teatro de la crueldad de Antonin Artaud.

La oscuridad dominará la noche, habitada primero por Voz (Luis Bredow). Pero qué sería de una voz sin un texto. Uno de los aciertos de esta obra es su poderoso libreto pleno de metafóras, escrito por Darío Torres (de Teatro La Cueva de Sucre), en base al libro La conquista de América: el problema del otro, de Tzevetan Todorov, y la película húngara El hijo de Saúl. Toda una reflexión sobre el encuentro con el otro.

Los cinco personajes de esta obra van relatando y retando al público a llegar a una interacción casi hiperrealista, como el intenso olor a gas (artificial, por supuesto) que descoloca a más de uno, y lo lleva a dudar si lo que aquí sucede es un espectáculo o un acontecimiento. Este tipo de propuesta ya fue presentada por Eduardo Calla, en La Paz, con el olor a la comida. Ahora Bárbaros se dirige a incomodar, a producir miedo.

La dirección actoral, a cargo de Miguel Angel Estellano –mejor actor masculino del Premio Nacional Peter Travesí 2015- pasa por alto un trabajo vocal necesariamente impecable para hacer que estas caracterizaciones cobren alma. Es cierto que son artistas de distinta confluencia –Teatro La Cueva (Kike Gorena y Darío Torres), El Umbral (Luis Bredow), Escena Porciana (Miguel Angel Estellano) y Ale Viviani (quien viene componiendo música para teatro), pero el bloque precisa ser compacto.

La duda y el miedo se pasean. A pesar de la dificultad que representa para el espectador decodificar la caracterización de los personajes en escena (el libreto es claro, pero vamos, quién lee el texto), la intención de inquietar, de sacar de la pasividad al espectador ha sido lograda, cuando nadie sabe qué pasa, solo que uno ha sido aludido y nada era como se esperaba.

FICHA TECNICA

Obra : Bárbaros

Autor : Darío Ariel Torres Urquidi

Director : Miguel Angel Estellano

Reparto: Luis Bredow

Kike Gorena

Alejandro Viviani

Carlos Vedia

Darío Torres

Iluminación : Miguel Angel Estellano

Musicalización : Alejandro Viviani


Esta es una de las críticas de la ganadora a la mención Crítica teatral del XXV Premio Nacional de Teatro Peter Travesi (2016), Paula Jordán. Fue Publicada originalmente en el diario Opinión el 9 de octubre de 2016


Los teatristas también comen. Capítulo final del XXV Premio de Teatro Peter Travesí 2016

Paula Jordán Ramos



Cuando los asientos se han quedado vacíos, el teatro aún bulle. Sobre el escenario recorren como hormigas los miembros del elenco, desarmando, trasladando, limpiando y deshaciendo los restos del espectáculo. Así de efímera es la vida y de esforzado el trabajo de actor de teatro en Bolivia, así hubiese ganado muchos premios, así tenga 40 años de historia sobre las tablas. En Bolivia no hay presupuesto para personal que haga esto, así sea un festival nacional.

Esta noche se otorgará el premio de Bs. 6585 a cada uno de los diez elencos que formó parte de la cartelera del XXV Premio Nacional de Teatro Peter Travesí 2016. Cinco de éstos llegaron desde la ciudad de La Paz, desde donde trasladar una escenografía cuesta entre 1,500 y 2.000 bolivianos.

En un elenco compuesto por siete personas, entonces, el premio se reparte y deja un saldo de poco más de 600 bolivianos para cada artista, que para actuar en sus dos presentaciones deberá pagar al menos una noche de alojamiento. También come. Son dos días. Queda 200 bolivianos apenas para sus traslados.

A estas alturas uno se pregunta cómo habrán venido desde La Paz y cómo se irán. Un pasaje de avión a Cochabamba ida y vuelta sale cerca de 700 bolivianos. No está bien. Realmente aquí no cuadra nada. A estas alturas ya entiendo por qué hubo tan pocos grupos del interior del país que se postularon para participar. Es un sacrificio.

El dinero que el Gobierno Departamental de Cochabamba desembolsa (del Tesoro General de la Nación) para los ganadores del Premio Nacional de Teatro Peter Travesí (que son los diez seleccionados) es, a todas luces evidente, insuficiente. Por otra parte, este año la Alcaldía de Cochabamba ha visto reducido el presupuesto para la organización y difusión pero a pesar de ello, lo ha logrado, a costa del esfuerzo tremendo de hombres y mujeres que trabajan el doble o que se ofrecen como voluntarios y le ponen el hombro a esta pasión llamada teatro.

Como parafrasea Ivonne Rojas, una mujer visionaria y profundamente humanista que ha creado el Laboratorio de Periodismo y Crítica Cultural: “En una época de confusión organizada, de desorden decretado, de arbitrariedad planificada y de humanidad deshumanizada... Nunca digan: 'Es natural', para que todo pueda ser cambiado” (Bertolt Brecht).

No está bien solo agradecer la labor de los artistas del XXV Premio Nacional de Teatro Peter Travesí por haber realizado esta hazaña extraordinaria que requiere mucho valor y que los define como héroes (ésa es la definición, buscad en el diccionario). Amemos a nuestros artistas de teatro, después de todo, son capaces de abstraernos de esta realidad a un ejercicio intenso y breve que puede cambiarnos la vida para siempre.

 

 


Paula Jordan, ganadora de la Mención en Crítica Teatral 2016.

Fotografía: Mauricio Rocabado

 

Sobre Dime que me amas, apuntes de una “anticuchera sin escrúpulos”


Por: Paula Jordán Ramos 


                                                                                                     Foto: Opinión

Punzón descriptivo:
Te quiero y al fin te tengo, pero nos caga el destino, y en el camino nos reímos de las macanas que hace uno por amor, nos emocionamos por lo sublime del amor y nos ofrecemos al sacrificio.

Corazón:
En una escenografía minimalista —pared y un colgador con seis sueros fisiológicos—el personaje interpretado por Bernardo Arancibia relata la agonía que le provoca una mujer que solo existe sonoramente en un constante clamor: “dime que me amas”, mientras éste se estrella una y otra vez contra la pared, en hondo abatimiento. Hasta aquí, la obra se abre sugerente, pero la narración posterior, si bien tiene certeros aciertos como los de la comedia y el uso de flashes sonoros, rompe de plano con la provocación inicial. 

El texto es divertido en esta segunda parte de la obra, con la narración desdoblada sobre el camino que recorre el personaje, desde el rechazo hasta el amor correspondido de su musa —referida por ejemplo, como una “anticuchera sin escrúpulos”— pero opera simplemente, a nivel dramatúrgico, como enorme bloque contextualizador de un desenlace apresurado que amenaza con descarriarse. Esta inarmónica edición de compases podría deberse a que Dime que me amas nació como pieza breve en 2014, tras lo cual el director Freddy Chipana y Arancibia —quien a su vez dirige el elenco de Teatro Grito—, la han ido ampliando hasta los 40 minutos que dura hoy. 

A nivel de dirección actoral, Freddy Chipana suele optar por la detención del cuerpo con énfasis en el discurso a voz y rostro alzados, y esta puesta en escena no ha sido la excepción. Claro que hay gestualidad corporal convincente, por parte de Arancibia, pero hace falta constancia en el trabajo vocal. 
También se aprecia otro sello distintivo del director: la exquisita performance que logra de sus actores cuando se trata de mostrar el cuerpo movido, estrellado, atacado por un otro invisible, arte que domina y deleita por la perfecta sincronía de tiempos y movimientos, una herencia del lenguaje de Teatro Los Andes, del cual Chipana formó parte. 

Para el libreto, cuenta el director, dos historias bolivianas verídicas le sirvieron de inspiración: un muchacho que, iluso, pretendió impedir una boda; y la trágica muerte de los actores Tota Arce y Mario Arrieta, acaecida en 2002. 

“El amor es puro…la vida en el amor es difícil”, propone la sinopsis que invita como el menú de un plato conocido. En este unipersonal Chipana quiere hacer poesía teatral, objetivo que cubre parcialmente, sobre todo a partir de los flashes sonoros bien trabajados y la simbología final; pero no solo eso, también pretende usar el amor como pretexto para cuestionar el acceso a la salud, quiere hacer de su teatro un espejo donde la gente se mire y reflexione sobre problemáticas sociales de este orden y donde mejor lo logra es precisamente en los sectores sociales más expuestos a las mismas, como el público del circo El Tapeque de Cochabamba, que presenció la obra horas después de la puesta en escena en el céntrico teatro Achá, ambas en el marco del XXV Premio Nacional de Teatro Peter Travesí, donde la butaca roja tuvo su propio deleite, aunque la haya sentido con menos llajua.


FICHA TÉCNICA
Obra : Dime que me amas
Texto y dirección : Freddy Chipana
Actuación : Bernardo Arancibia Flores
Vestuario : Carmencita Guillén Ortúzar
Diseño de luces : Sergio López
Diseño escenográfico: Narda Alvarado
Elaboración escenográfica: René Suntura Mamani
Composición musical: David Arze
Grabación musical : Jorge Zamora


Esta crítica fue ganadora del Concurso Nacional Peter Travesí 2016. Se publicó originalmente el la revista teatral LA ESCENciA, en 2016.  

La tarde que me trajo a Velia, mi Regalo de Navidad



Cochabamba siempre me sorprende. Su gente se me aparece con algo de magia, como ayer, que me di una vuelta por la plazuela Del Granado, donde al mismo tiempo un sábado por la tarde se casa una pareja, actúa Teatro Grito de La Paz y exponen participantes de la Feria Navideña Expo-Libro, sin contar un café que parece existir desde hace décadas, ahí mismo, dentro de la plaza. 

Repasando la feria leo un nombre impreso simple en una hoja pegada al borde la mesa: Velia Calvimontes. ¿Será ella? Me pregunto. Pasa que desde que leí hace tres años un cuento publicado como parte de una antología del cuento femenino boliviano y habiendo perdido el rastro de aquel libro, he estado intentando dar con él, con el cuento que tanto me hizo llorar cuando lo leí la primera y la segunda vez. Un cuento poderoso cuyo nombre se me escapaba. No creo, pero me acerco. 

Me llama la atención la portada de un libro verde. Mientras lo hojeo se me acerca una mujer menuda y mayor y me empieza a explicar lo que contiene. “Son tres cuentos, pero contados de otra manera, en estos tiempos en que las mujeres jóvenes como tú prefieren la independencia”. Con esta sugerente introducción toma el libro y llega a la página donde me muestra el dibujo de La bella durmiente, junto a su príncipe, que es quien le cose la ropa. Toma otro libro: “Este lo escogieron para la antología del cuento erótico boliviano, compilado por Jimmy Iturri” Y me empieza a interesar más, una mujer de la tercera edad escribiendo cuento erótico no es historia de todos los días en Bolivia. Entonces la entrevisto. 

Su madre fue, asegura, autora de los libros de lectoescritura de nuestros abuelos. Su padre también escribía cuento, pero solo un poco. ¿Tiene premios? Le pregunto. “De los internacionales gané el Jorge Luis Borges con Regalo de Navidad… siempre me dicen que lloran con este cuento, hace llorar mucho”. Entonces recuerdo el cuento que me hizo llorar tanto la primera vez y la segunda que lo leí, hace tres años. "¿Me lo puede mostrar?” le pido un tanto expectante. Y resulta que es ese mismo y no puedo evitar llorar otra vez, aunque ahora no lo estoy leyendo. 



Di con la autora del cuento, no de cualquier cuento, sino DEL CUENTO. El mismo es narrado por una voz masculina, hablándole a su esposa. Y no puedo decir más, solo que toca un miedo universal: llegar a la vejez pobre. Pero hay algo peor, dice Velia a través de su historia, que en sus páginas nos sumerge en un hogar con planes y cotidianeidades, aunque (y aquí es cuando ocurre el giro dramático) siempre hay espacio para lo inesperado, igual que ayer, cuando tuve la dicha de reencontrar el cuento Regalo de Navidad y la de conocer a su autora, todo, al mismo tiempo y justo en estas fechas. 
Por eso digo que en Cochabamba encuentro la magia, aunque parezca cuento. 





 *Premios obtenidos por Velia Calvimontes 
1977 Premio en cuento: Concurso Nacional Universidad, "Tomás Frías" de Potosí 
1979 Premio en cuento: "Jorge Luis Borges", Buenos Aires, Argentina 
1979 Premio en poesía: "Alfonsina Storni", Buenos Aires, Argentina 
1980 Premio en cuento: "Jorge Luis Borges", Buenos Aires, Argentina 
1981 Diploma de Honor en Poesía: Concurso Internacional, Bilbao, España 
1982 Mención Honrosa: Concurso Nacional Literatura Infantil, Centro Pedagógico y Cultural Portales, Cochabamba 
1986 Premio en prosa poética: "Jorge Luis Borges", Buenos Aires, Argentina 
1987 En el concurso nacional convocado por el Centro Pedagógico Cultural de Portales, de adaptación a literatura infantil de leyendas, su trabajo fue uno de los galardonados 
1990 Compartió el Premio Nacional de Literatura Infantil con el libro "Abre la tapa... y destapa un cuento" 
1994 El Ministerio de Educación por medio de la Reforma Educativa premió siete libros suyos editándolos para las bibliotecas del país. 
 2008 Forma parte de los 25 ganadores del VI Concurso de cuentos infantiles XXVII Jornadas Infantiles de Otxarkoaga, Bilbao-España. * 
(Fuente: http://www.ablij.com)

Nota: Este artículo fue publicado por la periodista Paula Jordan Ramos, por primera vez, el 19 de diciembre de 2016 en Cochabamba, Bolivia, en el Blog https://laboratoriodeperiodismocultural.blogspot.com


jueves, 16 de febrero de 2023

Quizás no fuera el mar

 

Por: Paula Andrea Jordán Ramos

(Periodista híbrida de madre chilena y padre boliviano)


Cocina binacional a la hora de almuerzo. 23 de marzo de un año perdido en la década de 1980. Mi padre, más paceño que el chuño, dice que la ‘rota’ de mi madre chilena le ha robado algo, su mar y quiere que se lo devuelva. Ella le hace el gesto malcriado y le sale con el típico dialecto chileno ‘por weón’. Pienso con inocencia infantil que es su forma impotente de defenderse, porque en realidad la guerra perdida por Bolivia sucedió 69 años antes de que ella naciera. Y en realidad ella está tan perpleja como él por lo acaecido. Pero eso de que se la acuse a ella directamente… quizás si se lo pidiera… de muy buena forma… si la hiciera reír…

Y este camino, el de la comedia política, es el que transita con tacto cabal Teatro de los Andes, con su obra titulada “Mar”. No solo desata risas cuando ironiza sobre el patriotismo exacerbado y sus neurosis sucedáneas, sino sobre todo, conmueve cuando comunica el sentimiento boliviano de haber perdido el mar y para esto acude a la raíz misma, a la médula del dolor, equiparándolo al mandato de una madre amada y odiada que pide a los hijos llevarla a su descanso eterno entre las olas, a esta resolución final que solo es posible con el regreso a la masa acuosa primigenia, desconocida, insondable y añorada que es para ellos desde ese momento una presencia y una ausencia: la madre y la mar fusionadas.

La madre de mi padre se fue tempranamente, también, cuando él solo tenía dos años. Han pasado 77 más y él aún guarda memorias infantiles de la madre observándolo a veces sonriente, otras, doliente. Mi padre es el huérfano que reniega cada 23 de marzo, Día del mar, porque Bolivia sería el único país del mundo que conmemora una derrota. 

Y encima, los actos conmemorativos centrales, cada año paralizan los alrededores de su departamento ubicado en la plaza Abaroa, nombrada así en honor al héroe boliviano de la guerra del Pacífico, aquél que según la historia, no tan pacíficamente respondió en 1879 al ‘!Ríndase!’ de los soldados chilenos, con un valiente: ‘Rendirme yo? Que se rinda su abuela, ¡carajo!!!’, exclamación que en mis años colegiales solía desatar hilarantes carcajadas de dientes de leche faltantes (juraría que un enorme porcentaje de escolares no podía esperar a llegar a casa para constatar si, efectivamente, el héroe se atrevió a decirlo, y la imprenta, a publicarlo).

Recuerdo que en mi mesa de almuerzo este tema generaba repercusiones viscerales cada año que aprendió la lección de historia cada uno de los cuatro hijos de la pareja binacional. Yo, por ser la primera, abrí la puerta de la sorpresa. Pero después de cada hermano, el humor de madre chilena ya no era tan grato. Imagino que por los años de matrimonio que cobraban factura personal. Si la memoria no me falla, un día selló el asunto con una retirada del comedor diario y una encerrada en el baño, dentro del cual me la imaginé sollozando. Quizás no fuera el mar, pensé entonces.     

Hoy madre y padre viven separados ya hace muchos años. Cada uno es independiente del otro en todo sentido, aunque alguna vez se llaman para saber de los hijos. Padre sigue renegando cada 23 de marzo y madre, madre es buena y noble. Algunas vacaciones llevó sola a sus nietos mediterráneos a disfrutar del mar en Arica, haciéndolos pasear como solo ella, una chilena entre paisanos sabe hacerlo, reconfortándoles el alma ella madre primera con sus cuidados y con sus olas, la mar originaria.




sábado, 7 de noviembre de 2015

Los calcetines de mi ex marido


Los calcetines siempre fueron un tema candente en mi matrimonio. No en el sentido de objeto fetiche amoroso, sino todo lo contrario. Tal vez y a muchas mujeres les pase, tras los primeros descalces de la pareja, toparse con un agujero sinvergüenza y, en el peor de los casos, un olor a muerto que, si no fuera por el cariño que le hemos tomado al hombre ese, nos haría dar media vuelta. 

Pero el caso es que las medias, para mi ex marido, eran un objeto de denuncia. Sí, de mi desatención hacia él (de mi horcocherío[1], diría mi padre). Ocurrió que dos semanas después de que su madre acudiera a visitar a la wawa (a la recién nacida), el marido acudió al living y se sentó con un impresionante cruce de piernas tipo Sharon Stone en Bajos Instintos, exhibiendo en el acto unos peludos pies pegados a los zapatos, ¡sin medias! Ante mi alarma y las miradas de espanto de la doña, porque el frío invierno paceño se hace sentir, le sugerí que se pusiera calcetas. Me dijo, fuerte y clarito, que no había media alguna en su cajón, así que tuve que respirar hondo e, invocando las enseñanzas de Thích Nhat Hanh, le expliqué que por la herida de la cesárea, agacharse era doloroso y por cierto contraproducente, y le pedí que se tomara la molestia de sacarlas de la cesta de ropa limpia (vamos, aún así me daba modos de tener la ropa limpia). Y ayer, en una de las comunicaciones vía email corteses, de esas que solo brinda el divorcio (con copia suya a la terapeuta) me pidió que a la cita con abogados yo llevara, ya no buena voluntad o una buena propuesta, sino “al menos un par de medias”. Uta, pensé, o este es un hombre hecho a medias, o hay huecos que no logra suturar ni el más sincero intento de apego a la tradicional abnegación femenina. (Por suerte, y como tengo dos ex maridos, al que le calce la media… que se la huela)




[1] Horcochi: “Mujer que sabe poco de las cosas del hogar…Es una expresión popular: ‘Me casé con una horcochi que no sabe freir un huevo…’ (las que no son horcochis saben freir los dos y no se cuál es peor)” Diccionario del Cholo Ilustrado, de Paulovich, UMSA. 1978